Cuando repaso la riqueza que los mayores nos dejaron en sus construcciones siento un profundo placer estético, gozo lo que ellos hicieron. Lo que ellos inventaron para hacer más agradable la vida uruapense. Pero también me invade la tristeza, porque mucha gente de la de ahora no entiende el sentido que nuestros mayores de dieron al albergue de su vida: Las construcciones, las casonas, los recintos sagrados y civiles. Parece que esas construcciones son un estorbo para la forma de ser actual. La historia que contienen, el arte que conllevan, para ellos, nada vale. Tampoco vale la armonía del conjunto, la cadencia de sus techos, de sus puertas, de sus ventanas, de su mismo silencio. No vale la historia que guardan, la manera de pensar y de ser de aquellos tiempos. Por eso decía aquel pensador del que no recuerdo su nombre: “Si se ignora al hombre, la arquitectura es innecesaria.”
Nuestros antepasados sí sabían qué era el hombre, de dónde venía y a dónde se dirigía. Por eso dejaron esas muestras: La Huatápera, Capillas de los distintos barrios, casonas por las distintas calles del centro, tan señoriales, tan artísticas, tan completas, tan eumórficas. Son hermosas también las molduras que en las calles del centro se ven. Dicen los que saben que “La arquitectura no existe. Existe una obra de arquitectura.” Y aquí en Uruapan no hay muchas, por eso hay que preservar las que tenemos. y cuantas casas de esa categoría y de ese valor están allí, esperando a que el tiempo y la lluvia las respete. “La arquitectura es vida, o por lo menos es la vida misma tomando forma y por lo tanto es el documento más sincero de la vida tal como fue vivida siempre.”