Uruapan tiene obras de arte muy valiosas, pero no se ha dado cuenta que las tiene. Tiene ojos y oídos para lo externo, para lo agradable, para lo placentero, solamente. No ha llegado completamente a captar el alcance de la belleza, de la hermosura, del arte. Tal vez no ha tenido la oportunidad de sentir lo que produce el intenso placer estético. Tal vez, el más intenso de los placeres de las personas. Sí, tal vez, pero hay que tener cierta formación para poder merecer ese gran valor y poder captarlo.
Decía Rainer María Rilke: “Las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún humano puede rebasar. Cuanto más se ve, más propia, más personal, más única se hace una vida.” Esos han sido los pasos que han dado todos los que se han formado en el arte, en la poesía y no digamos en la pintura. Es ahí donde se beben las sustancias de la belleza para captarla, para poder darla, para poder entenderla.
Mohamed Sciddel, un gran pintor, por todos los uruapenses conocido, pero también por todos los uruapenses desconocido, es una de esas personas que sintieron la belleza y que la expresaron de una manera contundente. Sciddel nació en Teherán, Irán. Estudio pintura en su tierra, en Italia y tal vez en Alemania. El, invitado por el Padre Mario Amezcua vino a Uruapan para pintar las cuatro pechinas del templo de S. Francisco. Y como el espacio no alcanza en una siguiente ocasión hablaré de esto.