Uruapan, Mich.- El 25 de marzo de 1908, 146 trabajadoras de una fábrica textil murieron asfixiadas, aplastadas, quemadas o se suicidaron por la desesperación dentro de su lugar de trabajo por un incendio provocado por bombas de fuego ante su encierro a modo de protesta por mejores salarios y condiciones laborales.

Los propietarios de la fábrica Triangle Shirtwaist simplemente decidieron sellar las puertas, so pretexto de que las empleadas no robaran nada, y después quemaron todo.

Pero la historia viene de más atrás: un 8 de marzo de 1857, 120 mujeres, también trabajadoras de una fábrica textil en Nueva York, fueron asesinadas por la policía mientras exigían mejores condiciones laborales, es decir: jornadas de 10 horas, tiempo para poder dar de mamar a sus hijos pequeños y el mismo pago por hora que los hombres. Después de la matanza brutal de la policía, otras trabajadoras formaron el primer sindicato de mujeres.

Así, en 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras organizada en Copenhague (Dinamarca), más de 100 mujeres aprobaron declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Y de ahí para adelante, cada año muchas mujeres se unieron cada año para hacer visibles sus condiciones.

Hasta ahí la historia, pero ¿cómo se siguió transformando la lucha trabajadora en la lucha de todas las mujeres? Para nadie es nuevo que la igualdad de oportunidades en el ámbito público y privado son de desventaja para las mujeres. Y fuera de las ideas absurdas de que el 8 de marzo (8M), se trata de una “celebración” a la vagina, a ser madre o esposa, o a la belleza inmaculada de las musas, o de tomarse el día libre para descansar y tomar café mientras se habla de esmaltes de uñas, el ejercicio de reflexión sobre la lucha por los derechos de las mujeres se han extendido en los últimos años en la visibilización de derechos humanos, violencia de género y feminicidios, sus avances y lo que falta.

Ya que la conmemoración no se trata entonces de regalar rosas ni tarjetas, ni de repartir felicitaciones por ser “mujer divina” en Facebook, hay un par de puntos importantes sobre el ejercicio crítico y provechoso de la construcción de una realidad de “piso común de igualdad reconociendo la diferencia sexual”, como dice Marta Lamas.

Bajo este contexto, en México este año la marcha gira en torno al esclarecimiento de feminicidios y a la exigencia del alto a la violencia contra las mujeres, nada fuera del sano juicio general si pensamos que a diario en el país se asesina a siete mujeres por el simple hecho de serlo, y si le sumamos que sólo el 25 % de esos casos es investigado bajo estándares específicos de violencia de género. Más todavía si consideramos que la revictimización de las asesinadas se da en todos los casos. «¿Por qué se dejó matar? ¿Por qué no luchó? ¿Por qué andaba en la calle? ¡Ella se lo buscó!»

La circunstancia para México, Latinoamérica, España y otros 150 países en el mundo es muy similar en consignas para este 8M, pues por desgracia, ninguno se salva de la tendencia creciente de violencia contra las mujeres. Mujeres a las que sistemáticamente se violenta y se somete a escrutinio o mediciones de merecimiento, el ejemplo está también en una nueva ola de denuncias mediáticas como #metoo y #timesup, pues se sabe no son exclusivas de condición social y económica.

¿Es entonces la marcha y huelga son protestas violentas de las que se excluye a los hombres (incluso a aquellos que quieren apoyarlas)? No. Es una movilización que hace evidente un sistema de valores, códigos culturales, políticos, sociales y económicos desiguales e injustos para las mujeres, a través de las alianzas feministas (y femeninas, por aquellas que no se asumen feministas), de la denuncia y de la conciencia de la trampa que implica la idea de “igualdad” que afirma erróneamente que las mujeres “quieren ser iguales a los hombres”, en lugar de reflexionar sobre las propias identidades y las maneras de ejercer ser hombre y ser mujer.

La marcha de este año tiene como meta clara terminar con la brecha salarial, para ello la consigna es: si ellas paran, el mundo para, haciendo alusión a que si las mujeres dejamos de consumir y hacer las tareas que hacemos y cotidianamente son invisibilizadas, el capitalismo y sus implicaciones de explotación y desigualdad se vienen abajo.

Y no, no se excluye a los hombres. Hay maneras de participar en el movimiento, empezando por cuestionarse los propios privilegios y las empatías, y después preguntando a las mujeres de su entorno cercano cómo pueden ser útiles a la causa de cada una.

Con información de Cultura Colectiva