Las Huellas del Uruapan precolombino están allí, en los nombres de sus personajes, en tantas toponimias que tienen ahí en su historia y en su contenido. Pero Uruapan no sólo tiene esos detalles, también tiene en la Historia moderna tantas cosas que lo ponen a la altura de las ciudades contemporáneas de su tipo. Tiene, ante todo, una gente buena, no se identifica con la maldad o con la malicia. Eso va por otro lado. Lleva la marca de las ambiciones y el tinte de la inhumanidad.

Uruapan ha sido, desde el principio, después de su fundación hispana, motivo de cuidados y de descuidos. Allá, por el principio, Fray Juan de S. Miguel le dio sus formas y sus fondos, lo hizo un pueblo bien organizado, un pueblo con sus barrios, sus instituciones, sus escuelas y sus hospitales. Después los cuidados y la organización que le dio D. Vasco de Quiroga hicieron de esta ciudad la segunda de la Provincia de Michoacán. Y, desde entonces ha conservado ese lugar. Ahora, después de Morelia. En los momentos más difíciles de la historia, llegó a ser hasta capital del estado, en los tiempos difíciles de la guerra de reforma. Pero también escribió la historia de los inicios, como sacerdote, de José María Morelos y Pavón. Su influjo en Uruapan fue académico y sacerdotal, fue maestro, un gran maestro en Uruapan. Aquí en Uruapan, Morelos pasó tal vez los momentos más cruciales de sus pensamientos, más tranquilizantes o más agitados, al ver en lontananza lo que, como relámpagos, se miraban lejanos, pero que ya anunciaban tormentas. Aquí se dieron las luchas más duras para decidir sobre su vocación y sobre la independencia.