Si es así, ¿cómo funciona eso? Fueron al menos dos preguntas que los asistentes tenían en su cabeza antes de que comenzara la mesa del Encuentro de Literatura de No Ficción. Y no fueron pocos, pues el Salón 3 de la Feria Internacional del Libro (FIL) se llenó en su totalidad. Jorge Volpi fue el moderador y maestro de ceremonias, y reveló que estaban estrenando este encuentro, con carácter internacional, para que se convierta en un evento habitual de la FIL. Presentó también a los participantes: María Fernanda Ampuero (Ecuador), Leila Guerriero (Argentina), Javier Cercas (España) y Julián Herbert (México), autores todos que han tenido experiencia en géneros fácilmente identificables como ficción (novela, cuento, poesía: Herbert, Ampuero, Cercas) o como no ficción (crónica, reportajes: Guerreiro, Ampuero y Herbert de nuevo).
Volpi quiso dejar las cosas claras desde el principio: ¿hay alguna diferencia entre la ficción y la no ficción? “Los anglosajones parecen tenerlo claro”, comentó al recordar que en las librerías de Estados Unidos es fácil encontrar esas dos categorías para clasificar los libros. Con el tiempo medido, cada uno de los escritores frente al micrófono tuvo que sustentar sus argumentos, no siempre con la brevedad prevista. Cercas, en lo particular, luchaba por ser más conciso, aunque era obvio que en su mente se agolpaban muchas ideas que quería expresar. “Lo que planteas es muy complicado”, dijo de pronto a Volpi. “La ficción pura no existe. Siempre parte de la realidad. Si fuera pura no la entenderíamos”. Por su parte, Leila, quien se hizo periodista en sus veinte y jamás regresó a la ficción, mencionó que la historia del periodismo está plagada de momentos problemáticos en los que se mezcla lo cierto con lo inventado. Por ejemplo, mencionó el caso de Claas Relotius, que le dio la vuelta al mundo cuando se supo que mucho de su trabajo para la revista Der Spiegel eran artículos inventados. La periodista argentina mencionó que ahí, independientemente de la habilidad de inventiva de Relotius, el problema era la traición a ese acuerdo tácito que se da cuando se presenta un texto con una etiqueta: esto es un artículo —entonces es cierto— y esto es una historia que yo me inventé —es ficción—.
Herbert, por su parte, puso sobre la mesa aspectos más cercanos a la filosofía: el punto de vista ya diseña una retórica, la memoria se construye en la mente con recuerdos que no siempre son fidedignos y luego cómo funciona el yo como instrumento narrativo. Ampuero, por su parte, mencionó que, antes que nada, se sentía muy afortunada por estar compartiendo espacio con nombres tan importantes y, sobre todo, por estar junto a “la señora a la que le debo mi mejor trabajo periodístico y de ficción. La mirada de Leila también la usé para Pelea de gallos [su primera colección de cuentos]”. Añadió que durante la escritura de ese volumen supo que, para hacer un close-up extremo de una persona, sólo podía hacerlo inventando lo que llevaba en la cabeza. “Para ser infinitamente verdadera tenía que mentir”, sentenció.
La conversación avanzó entonces en los alcances de una historia que se cuenta para poner luz sobre una situación verdadera que debe conocerse urgentemente (la violencia, la migración, los feminicidios, las injusticias), la utilidad de ser el denunciante. Ampuero, con un pañuelo verde en su muñeca, reflexionó que se ha “volcado en la ficción para salvar a alguien”. ¿Al final se resolvió la cuestión de la no ficción? Aún mejor: dio mucho para pensar.