Uruapan, Mich.- Más allá del sentimiento poético que genera el amor en nuestros corazones, existe una serie de fenómenos bioquímicos encargados de la cascada de sensaciones que se experimentan cuando sucede

Así como Dante describía el amor en su obra Vida nueva como un fuego divino (Dios) que invadía su cuerpo enmudeciendo sus sentidos, todos intentamos buscar respuesta a las diferentes sensaciones que este sentimiento provoca en nuestro ser. El entendimiento de este ente abstracto, que implica sentir amor en una ambivalencia poética de alegría-sufrimiento, ha llevado la inspiración de escritores, psicólogos y hasta científicos en busca de explicaciones y respuestas. Sin embargo, la entidad más palpable que el ser humano ha tenido para entender los fenómenos del amor es la serie de hechos bioquímicos en los cuerpos de las personas que están siendo objeto de él o que están enamoradas.

La ciencia no sólo ha determinado las razones por las que nos convertimos en las mejores versiones de nosotros mismos cuando estamos enamorados. Los hallazgos en el entendimiento de la maquinaria celular han permitido elucidar una serie de rutas bioquímicas y moléculas responsables de las expresiones fisiológicas durante las etapas del amor.

La primera etapa del amor está asociada a la atracción entre las dos personas, cuando el coadyuvante es una serie de moléculas químicas conocidas como feromonas.

Estas sustancias específicas y selectivas son identificadas por el órgano vomeronasal ubicado en la nariz, el cual genera en el cerebro una serie de estímulos nerviosos que permiten captar la atención del receptor hacia el emisor de dichas hormonas. Esta etapa es crucial en el proceso del enamoramiento, ya que en este punto de inicio las personas asumen comportamientos superficiales en función de su apariencia física, las capacidades de dicha persona para conservar la buena genética de la especie en la descendencia. Parece un proceso cruel, pero se basa en la teoría de la selección natural descrita por Darwin, en la que las especies mejor adaptadas sobreviven.

Posteriormente llega la etapa de atracción, caracterizada por un profundo enamoramiento. Durante este proceso se pierde el apetito y el sueño, las manos sudan y se entiende de verdad el sentimiento de extrañar. En este punto, hay una cascada de reacciones químicas que generan un gran número de moléculas, entre ellas neurotransmisores como dopamina, adrenalina, serotonina, endorfinas, feniletilamina y cortisol. Esta última es conocida como la hormona del estrés y, según estudios realizados por Richard Schwartz y Jacqueline Olds (profesores de la Escuela de Medicina de Harvard), la responsable de enfrentar esta «crisis» de generación excesivo de moléculas neuroestimulantes. A medida que aumentan los niveles de cortisol, los niveles del neurotransmisor serotonina se agotan. Los bajos niveles de serotonina precipitan lo que Schwartz describió como los «pensamientos intrusivos, enloquecedoramente preocupantes, esperanzas y terrores del amor temprano»: los comportamientos obsesivo-compulsivos asociados con el enamoramiento. En la figura “química en acción” se describen algunas características de cada molécula y sus consecuencias tras la liberación en el torrente sanguíneo.

La última etapa es la más crítica, ya que en este punto el organismo sufre un fenómeno denominado “el umbral”. Es decir, los estímulos que llevan a la formación de estas moléculas son ahora refractarios, el cuerpo se ha acostumbrado y su reacción ya no es tan intensa. De este modo los enamorados se sienten extraños y creen que el amor ha acabado, llega la crisis y terminan la relaciones “apresuradamente”. Sin embargo, esta etapa es la más importante para aquellos que desean amar hasta la muerte, ya que aquí el sentimiento de estar enamorado cambia a amor. La interacción física, no necesariamente unida sólo al acto sexual, sino la compañía, confraternidad y vida en común es ahora más importante. La cascada de emociones y estimulantes se calma, asegura Schwartz. Los niveles de cortisol y serotonina vuelven a la normalidad. El amor, que comenzó como un factor estresante (al menos para nuestros cerebros y cuerpos), se convierte en un amortiguador contra el estrés. Las áreas cerebrales asociadas con la recompensa y el placer aún se activan a medida que avanzan las relaciones amorosas, pero a menudo disminuyen el ansia y el deseo constantes que son inherentes al amor romántico: «La pasión sigue ahí, pero el estrés se ha ido».

No obstante, la producción molecular no se ha detenido, en este punto inicia la producción de unas sustancias ahora más fuertes químicamente: endorfinas y encefalinas, las cuales son denominadas “morfinas endógenas” porque su función y capacidad de interacción es altamente similar a la de un alucinógeno. Estos otros químicos son la oxitocina y la vasopresina, hormonas que juegan un papel importante durante el embarazo, la lactancia y el apego madre-hijo. Liberado durante el sexo y aumentado por el contacto piel con piel, la oxitocina profundiza los sentimientos de apego y hace que las parejas se sientan más cerca una de la otra después de tener relaciones sexuales. La oxitocina, también conocida como la hormona del amor o el abrazo, provoca sentimientos de satisfacción, calma y seguridad, que a menudo se asocian con el nexo de pareja. La vasopresina está vinculada al comportamiento que produce relaciones monógamas a largo plazo.

Finalmente, esta última etapa dura entre 4 a 7 años, a partir de la cual el cuerpo nuevamente empieza a tolerar estas sustancias neuroestimulantes, entrando en las bien conocidas crisis de los siete años. En este punto la química de nuestro organismo se queda sin posibilidades ni argumentos para mantener el amor. A pesar de esto, el amor es un sentimiento que va más allá de lo palpable o medible, el “fuego divino” que describe Dante y con el cual se han identificado tantos enamorados por siglos. No tiene una razón química, por tanto su búsqueda sería la excusa perfecta para generar nuevos estímulos que reaviven el amor, si de verdad los enamorados se aman.

Con información de Cultura Colectiva