Uruapan, Mich.- La exhibición digital de donde se alimentan los perfiles abre las puertas a la mirada de propios y ajenos, interesados en obtener información de otras personas para complacer un morbo

Inmersos en una sociedad “moderna” en la que prolifera el uso de las redes sociales y donde la mirada se ha vuelto primordial para la mayoría de los usuarios, hoy parece que lo más importante radica en el deseo de ver y ser visto. Hasta cierto punto, cabe señalar, no hay nada de malo en esto, pues forma parte de la actividad cotidiana en el modo de utilizarlas. Para la generación millennial, si se mira desde esa óptica, el acoso es completamente aceptable. Sin embargo, en ocasiones puede ser llevado a un nivel totalmente nocivo, sobre todo si abusas de este manual definitivo para convertirte en un perfecto stalker. Aunque al principio parezca una práctica inofensiva y hasta infantil, la verdad es que podría acarrear consecuencias devastadoras para la psique y conducir a deplorables estados emociones.

Ha sido tan grande la evolución en el anglicismo con el que hoy conocemos a las personas ávidas en llevar a cabo estas prácticas frecuentemente —stalker se traduce como «acosador»—, que en el último lustro se han implementado —dentro de las diferentes plataformas digitales— “mejores” procedimientos para evitar poner en riesgo la privacidad de los usuarios. En ese sentido, tal vez deberías estar pensando en superar tu etapa de stalker y mejorar tus habilidades como fotógrafo, por sólo dar un ejemplo de las cosas que podrías hacer para superar tu obsesión.

La exhibición digital de donde se alimentan los perfiles abre las puertas a la mirada de propios y ajenos, interesados en obtener información de respectivas personas, complaciendo cierto morbo e inquietudes que en algunos casos provoca hasta cierta excitación por hacerlo, todo dependiendo del nivel en que sea realizada dicha actividad.

Extraños vínculos afectivos pueden desencadenar ese acoso obsesivo, centralizado en una persona por otra, indiscriminadamente de la situación emocional en la que se encuentren, sean pareja o ya no. Pero sería este segundo caso en el que se puede cruzar la delgada línea entre lo aceptable y lo enfermizo. Estas conductas perturbadoras han sido pasadas por alto en el cine, por ejemplo. Pero en el fondo se trata de un síntoma disfrazado de temor e inseguridad, que provoca el abuso por el interés de un individuo en particular.

Las sensaciones de insatisfacción, melancolía y nostalgia vuelven aún más depresiva cualquier ruptura. Si bien ya existen estudios fehacientes de padecimientos físicos en las personas que sufren el llamado «corazón roto», stalkear a una expareja prolonga ese sentimiento negativo que provoca el incremento de pensamientos irracionales, que de no detectarse a tiempo pueden ser considerados muy graves. El deseo de saber si se continúa siendo necesario en la vida del otro convierte al stalkeo en un práctica obsesiva que pretende eximir el dolor de cualquier desamor, aunque no por ello esto se vuelva una realidad.

Los incidentes por cuestiones sentimentales han ido en aumento por diversos motivos, principalmente en jóvenes. Destaca el hecho de que son ellos quienes recurren cotidianamente al uso de las redes sociales, algo alarmante en cualquier sociedad “moderna”, por no tener un control absoluto sobre el excesivo o mal uso de ellas.

La llamada generación millenial ocupa un enorme porcentaje dentro de la utilización de plataformas digitales. Es por ello que el acceso a una enorme cantidad de información hace más fácil stalkear. En el lado más perverso que una persona es capaz de desarrollar por sentimientos negativos pueden conjurarse pulsos obsesivos y hasta adictivos, que eventualmente la atrapan y consumen en un espiral de ansia y sentimientos depresivos, sobre todo al no poder «soltar» a ese otro individuo (o a la idea que se tiene de él), pues probablemente ya lo ha superado. La angustia que provoca lo perdido fundamenta la curiosidad y extiende la necesidad de sentirse “cercano”, siempre y cuando sea desde el anonimato y sin interferir en la vida del otro.

Es preciso identificar el momento justo para dejar fluir las cosas y activar mecanismos emocionales que te lleven a cuestionarte qué buscas en realidad. Quizá deberías comenzar por saber que tu amor posiblemente se convirtió en una obsesión, así como tener claro que la necesidad de llenar un vacío interior te ha hecho adicto a las insípidas aprobaciones en redes sociales. En fin, una desintoxicación de información virtual, de Facebook, Instagram y hasta del teléfono podrían funcionar. Sólo así podrás estar totalmente apto para contrarrestar la curiosidad que te procura sufrimiento y que obstaculiza todo proceso de reconstrucción moral y sentimental en la búsqueda por recuperar el amor propio con dignidad.

Con información de Cultura Colectiva