No he entendido lo que soy. Poca gente entiende ese misterio: Conocer qué o quiénes somos en realidad en este mundo. No sabemos siquiera deletrearnos. A lo personal, yo pongo vocales y consonantes de mi existencia y ni siquiera una palabra me identifica. Apenas soy letra para analfabetas y a veces ni eso. Por eso no me entiendo, no me doy, no significo, no alcanzo trascendencia. No voy más allá de mis circunstancias o más acá de mis alcances. Me falta una vocal o una letra para convertirme en sílaba. Y una sílaba solitaria en un escrito no dice nada, no se entiende, no es, no da para escritura. Por tanto, necesito hacer de mi existencia una buena escritura. Sólo lo bien escrito es digno de ser leído. Y eso somos nosotros: Escritura. Y si somos escritura debemos ser buena lectura para los demás. Los demás no pueden leerme porque no estoy ni bien, ni mal escrito, simplemente soy un misterio, una puerta cerrada que muy poco se abre a la entrada de los demás. Soy una hoja en blanco para ellos. A veces, hasta para mí mismo.

   También soy historia, soy mi historia, soy parte de la historia de los demás. No somos sólo silencio, ni sólo indiferencia, somos los hechos de nosotros mismos y los hechos que los demás llaman historia y, combinados, hacemos la historia de la que somos vida, parte vital de la existencia. Pero también allí desconocemos esa historia, porque nadie nos dice, mira esta es la historia que tú forjas, la historia que forjan tus vecinos, tus conciudadanos. Y la historia es para conocerse, para entenderse, para conocerse. Somos los historiadores de nosotros mismos. Debemos saber leernos, saber leernos, saber investigarnos y cuando ya tengamos todo eso escribirnos, para poder leernos. ¡Cronistas de lo vivo!