La base de seguridad

Una de las ideas centrales de la teoría del apego se refiere a la base de seguridad. La percepción por parte del bebé de disponer de una figura de apego, sensible, disponible, incondicional y duradera, le otorga una sensación de seguridad que le permite sentirse protegido ante las adversidades. Esta certeza, como es lógico, se adquiere a través de la experiencia en la interacción.

La propia relación ofrece al niño la posibilidad de sentirse promotor de las conductas de cuidado de la figura de apego. Cuando la expectativa de ser receptor de los cuidados se cumple de una manera consistente, se instauran en el psiquismo representaciones mentales ligadas a la seguridad cuyo conjunto constituirán los modelos internos que organizan una estructura que se expresa en el estilo de apego seguro. En otros artículos veremos que este estilo se caracteriza por un grado elevado de autoestima respecto al modelo de sí mismo y un grado también elevado de confianza respecto al modelo de los demás. No cabe duda de que ambos elementos, autoestima y confianza, son ingredientes esenciales en la relación de pareja.

La base de seguridad permite al individuo estructurar de forma coherente su propio Yo. La respuesta sensible ejerce de organizador del psiquismo de modo que las personas seguras poseen un Yo mejor estructurado y menos vulnerable[1].

Desde el punto de vista del desarrollo, tal capacidad mejora las posibilidades de exploración del mundo. Los psicólogos evolutivos indican que ello es esencial para el desarrollo personal y social.

La función primaria de las relaciones de apego es aportar una base de seguridad que permita gestionar adecuadamente situaciones de percepción de miedo a la pérdida o abandono y la ansiedad suscitada.

La seguridad básica puede ser evaluada teniendo en consideración la capacidad que tiene una persona para obtener de sus figuras de apego, de modo eficaz, la base de seguridad necesaria a partir de la cual poder afrontar situaciones de estrés.

Cuando un niño ha construido modelos operativos internos positivos con el cuidador, basados en la confianza, buscará su contacto, lo usará eficazmente como fuente de consuelo en situaciones de amenaza y como base para la exploración en situaciones seguras. Esta estructura mental basada en la seguridad se transfiere a las relaciones adultas de pareja.

Las personas inseguras no poseen estas capacidades, muestran comportamientos defensivos basados en la ansiedad o la evitación, son ineficaces respecto a las estrategias de búsqueda de apoyo y su comportamiento es desorganizado (Gómez-Zapiain, Ortiz Barón y Gómez Lope, 2012). Probablemente la inseguridad en el apego interfiera en los modos de amar.

La seguridad en el apego se refiere a la percepción que un individuo tiene de sentirse competente para promover una respuesta positiva de las figuras de apego. Sin embargo esta percepción de seguridad no es constante: depende del momento, del estado de ánimo, de circunstancias vitales tanto laborales, como familiares (Marrone, 2001).

Refiriéndose a la seguridad del apego, Sandler, quien describió la seguridad como «un sentimiento de bienestar, un tipo de tono del ego». Este sentimiento se puede referir a un estado subjetivo de seguridad o tal vez a la estabilidad en el plano afectivo. En relación con el concepto de seguridad, Mario Marrone propone una reflexión de sumo interés. Como dice Sandler: «… [la seguridad] es una cualidad de sentimiento que podemos ver en oposición al afecto de ansiedad, angustia o preocupación, que representa en algún sentido su lado opuesto».

En realidad, no debería considerarse el sentimiento de seguridad en oposición a la inseguridad que procede de la vulnerabilidad hacia la ansiedad. La teoría del apego mantiene la idea de que una buena experiencia de apego provee al individuo de representaciones mentales positivas respecto a uno mismo y los demás y ello constituye la base de seguridad que se expresa en el modo de relacionarse expresado en estilos de apego. Las personas que desarrollan una buena base de seguridad poseen mayores recursos para afrontar la angustia o ansiedad que surge de la percepción de situaciones de amenaza o abandono.

En síntesis, el concepto de seguridad en el apego no solo se refiere a la confianza básica hacia los demás sino: a) a la percepción que el individuo tiene acerca de sus propias capacidades relacionales, y b) no solo de la percepción sino de las capacidades reales.

  1. Los modelos internos y los estilos de apego

Las personas, en su experiencia, interiorizan multitud de representaciones mentales del mundo exterior y también del mundo interior. Por tanto, los modelos operativos internos son un conjunto de representaciones mentales de experiencias subjetivas, que hacen posible el filtrado de la información que se procesa acerca de uno mismo y del mundo exterior y que permiten la adaptación y la estructuración personal. En la teoría del apego, el concepto de modelo operativo interno se utiliza de modo más específico para referirse a un sistema de representaciones mentales sobre uno mismo en relación con los otros significativos que configuran el modelo de uno mismo y el modelo de los demás.

Los modelos operativos son mapas cognitivos, representaciones, esquemas o guiones que un individuo tiene de sí mismo y de su entorno. Los modelos operativos hacen posible la organización de la experiencia subjetiva y de la experiencia cognitiva, además de la conducta adaptativa… Una función de estos modelos es posibilitar el filtrado de información acerca de uno mismo o acerca del mundo exterior. Pueden coexistir varios modelos operativos de la misma cosa (particularmente de uno mismo y de otras personas). Pueden mantenerse apartados unos de otros o unirse a través de procesos integradores o sintéticos.

Marrone, 2001.

Sin embargo, el modelo interno de la relación con la figura de apego no es simplemente una representación episódica y objetiva de lo que «ocurre» en la relación, sino la historia de las respuestas del cuidador a las acciones o tentativas de acción del bebé hacia la figura de apego (Main, Kaplan y Cassidy, 1985). La historia de las respuestas del cuidador conformarán los modelos internos, estos generarán expectativas y creencias acerca de sí mismo y los demás que se expresarán en modos distintos de situarse y de responder a demandas de implicación interpersonal. La expresión del conjunto básico de las representaciones mentales que configuran los modelos internos se denomina estilos de apego. Los patrones básicos de vinculación afectiva, que se forjan en la infancia, estructuran el desarrollo personal y social a lo largo de toda la vida. No obstante, se producen cambios y transformaciones a lo largo del desarrollo.

A lo largo de la adolescencia se inicia la estructuración de lo que será la experiencia amorosa en el futuro. En esta etapa, desde el punto de vista de la teoría del apego, ocurren los siguientes acontecimientos:

En primer lugar, se origina una reestructuración de los vínculos afectivos. Los vínculos familiares, con la madre, padre o figura de apego significativa, se transforman. Se produce una transición paulatina de las características del apego, de los padres hacia los iguales. Las características propias de la figura de apego, base de seguridad, puerto de refugio, se desplazan. En la adolescencia aparecen las primeras amistades íntimas y los primeros sentimientos de atracción interpersonal y sin duda los primeros enamoramientos.

Los estilos de apego se ponen en juego en las relaciones interpersonales, fuera de la protección del ámbito familiar. En el capítulo dedicado a la identidad sexual se ha tratado de la importancia de la reestructuración de la identidad cuyo núcleo principal es el yo, es decir, la conciencia que una persona tiene de ser única y diferente de los demás. Es precisamente en las relaciones interpersonales donde se pone en juego la identidad, el propio yo. Podemos estructurarlo en tres zonas: el yo público, el yo social y el yo íntimo (véase figura 1.1).  Las relaciones menos comprometidas se desarrollan en la esfera del yo público, donde la distancia al núcleo del yo es mayor, por tanto, la amenaza es percibida de manera menos intensa. Por ejemplo las relaciones con las personas conocidas, como las de otras clases del instituto, etc. El yo social es un espacio intermedio, en este se establecen relaciones con personas que tienden a ser significativas, no indiferentes. La distancia al núcleo del yo es menor, por lo tanto, la amenaza puede sentirse más próxima. Ejemplos de este espacio pueden ser las relaciones del grupo reducido de clase, del grupo de amigos, de las amistades próximas. Por fin, el yo íntimo es el espacio reservado a las personas altamente significativas. Es un espacio delicado, de alta vulnerabilidad al ser el más próximo al núcleo del Yo. El espacio de la intimidad es el lugar donde cada persona se muestra tal cual es, sin trucos, sin ropajes. Las personas más inseguras podrían sentir miedo a penetrar, o dejar que alguien penetre, en esta zona, miedo a la intimidad en definitiva, porque, si uno es visto como realmente es, podría ser rechazado, abandonado. La posibilidad de permitir que alguien entre en este espacio depende de la seguridad básica que a su vez depende del modelo interno expresado a través del estilo de apego.

[1] En el ámbito de la psicología clínica, un yo coherente significa que las representaciones mentales de las experiencias vividas, que constituyen los modelos internos, forman una estructura organizada que da coherencia al «yo», a través del cual se establecen relaciones autónomas respecto a los demás. En el espacio clínico, un indicador de la coherencia, o incoherencia, del yo es la calidad y la coherencia de la narrativa utilizada por el sujeto al tratar de describir su propia historia afectiva y las relaciones con las principales figuras de apego.