En 1531 desembarca en México un hombre de leyes a quien la Nueva España transformó de tal manera que decidió abandonar su profesión de magistrado, convertirse en sacerdote de almas y cuerpos, y empeñarse en dar forma material a la Utopía Cristiana del Humanismo en las tierras vírgenes de América.
Lo hizo con tal potencia que sus huellas siguen vivas en un territorio del tamaño de Holanda; con tal eficacia, que sus instituciones pervivieron durante casi trescientos cincuenta años y aún están presentes hoy en la cotidianeidad de los pueblos; con tal capacidad de servicio, que los indios purépechas siguen recordando su nombre como el mayor de sus benefactores, el “Tata Vasco”.
Un hombre que no era ningún muchacho cuando llegó a América, tenía como mínimo cincuenta y tres años -si no eran sesenta y uno-, ya que había nacido en Madrigal de las Altas Torres, el pueblo de Isabel la Católica, el 3 de febrero de 1470 (o 1477, según otros autores). Había estudiado Jurisprudencia en Salamanca y trabajado tan honestamente que el obispo de Badajoz le recomendó a la reina Isabel, esposa de Carlos V, para Oidor de la Audiencia de Nueva España.
Aunque esta recomendación no prosperó sí lo hizo la siguiente, realizada en 1529 por Juan Tavera, arzobispo de Santiago, y los miembros del Consejo de Indias. Según cédula de 2 de enero de 1530, la emperatriz le designa miembro de la segunda Audiencia de Nueva España, ante la alarma creada a cuenta de las brutalidades cometidas por la primera Audiencia. Vasco de Quiroga llega a México el 9 de enero de 1531 y empieza a actuar sin contemplaciones. Su primera medida fue abrir juicio de residencia contra el presidente de la Audiencia y antiguos oidores, que fueron encontrados culpables de maltratar a los indígenas y haber asesinado al jefe de los tarascos. Incluso inicia procedimiento contra el mismo Hernán Cortés, a quien le salva su brillante defensa. Poco después inicia su obra material.
Funda de su propio peculio los pueblos-hospital de Santa Fe; el primero, a dos leguas de la ciudad de México, en Coyoacán, al que bautiza Santa Fe de Los Altos, en 1532; y otro al año siguiente en Santa Fe de La Laguna, en un lugar llamado Atamataho o Guayámeo, junto a la laguna de Pátzcuaro. Se trataba de fundaciones muy especiales. Ni hospitales, ni poblados, sino una especie de albergues comunitarios en los que integraba la educación, la medicina, la fe y el derecho junto a un, digamos, colectivismo moderado. En esta república utópica, fruto de las ideas que adquirió leyendo las obras de Tomás Moro, Ignacio de Loyola, Platón y Luciano, Vasco de Quiroga potenció las actividades artesanas específicas agrupándolas por poblados.
Los trabajadores de los utensilios del cobre, los trabajadores de la madera, los ceramistas, los campesinos. Cada uno dedicado a su trabajo en su localidad también especializada; y, todos ellos, propietarios de los medios de producción (herramientas y tierras).
Como consecuencia de estas experiencias, Vasco de Quiroga decide abandonar la magistratura y ordenarse sacerdote. Le consagró un famoso erasmista, fray Juan de Zumárraga. Su primera iniciativa fue protestar ante el emperador Carlos V por haber derogado su disposición original de prohibir la esclavitud de los indios. Quiroga escribe al monarca su célebre “Información en derecho” de 1535, en la que condena a los encomenderos por tratar a los nativos “no por hombres sino por bestias” al tiempo que defiende apasionadamente a los indios y se ofrece “con la ayuda de Dios, a poner y plantar un género de cristianos a las derechas, como primitiva Iglesia, pues poderoso es Dios para hacer y cumplir todo aquello que sea servido y fuese conforme a su voluntad”. Con la llegada del nuevo virrey, Antonio de Mendoza, Vasco de Quiroga le sugiere adopte al príncipe Antonio de Huitziméngari, hijo del último cazonci, Tangaxuán II, a quien hace estudiar en la primera Universidad Americana de Tiripetio
Su generosidad traspasa el océano y en agosto de 1538, Carlos V le nombra obispo de Michoacán, territorio en el que estaba actuando de visitador. A partir de este momento su actividad se multiplica. Ese mismo año funda el tercero de sus hospitales en Santa Fe del Río y en 1540 inició el repoblamiento de Pátzcuaro con varios centenares de indios y varias familias de españoles. Tras convertir Pátzcuaro en capital de Michoacán (relegando a Tzintzuntzan, la anterior, a barrio), inicia la edificación de la catedral en el sitio donde había estado el gran templo dedicado a la diosa Cuerauáperi, funda el hospital de Santa Marta y un numeroso grupo de pequeños hospitales (huátaperas) por toda la región.
No todo fue fácil. Muchos de sus coetáneos, tanto frailes como laicos, tratan de evitar sus iniciativas y algunos hechiceros indígenas, como Cuninjángari, intentan asesinarle para evitar su influencia. Murió en Uruapan, durante una visita pastoral, el 14 de marzo de 1565, con más de noventa años, una edad casi imposible para la época. Sus restos descansan en la basílica de Nuestra Señora de la Salud, entonces catedral de Pátzcuaro. Entre sus escritos más importantes se encuentran “Carta al Consejo” (1531), “Información en Derecho” (1535), “Doctrina para los Indios”, “Sermones, reglas y ordenanzas para el gobierno de los Hospitales de Santa Fe, Méjico y Michoacán”, “Testamento” (1565) y una obra de la que sólo tenemos referencias, “De debellandis Indis”. Para subrayar su proyecto social basten dos detalles. El primero da fe de su clarividencia.
El testamento de Vasco de Quiroga, redactado el 24 de enero de 1565, insiste particularmente en la idea de la integración de blancos e indígenas a través de la religión y la cultura, exhortando a estos últimos a que no se dejaran quitar su colegio de San Nicolás. Poniendo la cultura y la religión al alcance de todos, don Vasco se revelaba por delante de su época planteando un problema que hoy sigue siendo esencial para la comprensión de México, la integración racial y cultural de los distintos grupos étnicos. El segundo da fe de su eficacia organizativa. En 1872 se levantó el Acta de Extinción de tres pueblos hospitales por haberse gastado los fondos con que fueron dotados por su fundador, Vasco de Quiroga, hacía 334 años. Eran los últimos que sobrevivían. Ya se ha dicho, los indígenas de la región siguen refiriéndose a él como “Tata Vasco”