El artista grabó 2.000 canciones y fue uno de los personajes más populares de EE UU en el siglo XX

EUA. Frank Sinatra, fue uno de los artistas más completos y, por tanto, admirado y discutido apasionadamente, falleció el 14 de mayo de 1998 en Los Ángeles a los 82 años. Grabó su primer disco en 1939, fue un ídolo popular para varias generaciones y un excelente actor. Sinónimo del espectáculo por antonomasia, alcanzó en su vida y su obra cimas insuperables y, con igual constancia, momentos de soledad y silencio. Tuvo y mantuvo grandes amistades, algunas peligrosas, y amores envidiables. Con su muerte acaba también una forma de entender el mundo y el oficio, en la que el más exigente profesionalismo es compatible con el placer de vivir y, con ello, de propiciar el goce ajeno.

«Yo diría que la mitad de la población de Estados Unidos que tiene más de 40 años fue concebida mientras sus padres escuchaban discos de Sinatra», dijo el escritor Gore Vidal el día que el cantante murió.

Cantante, actor, mujeriego, amigo de presidentes y socio de mafiosos, tierno y duro a la vez, Sinatra era una leyenda viviente que no aparecía en público desde que sufrió un primer ataque al corazón en enero de 1997. En la noche del jueves, La Voz sufrió un nuevo asalto, esta vez mortal, en su residencia de Los Ángeles. Tenía 82 años.

El lema de Sinatra era la siguiente frase lapidaria: «Tienes que amar la vida, baby, porque morir es un coñazo». Él vivió a lo grande -dinero, fama, alcohol, mujeres, cigarrillos, trajes elegantes, casas fastuosas…-, pero la muerte, como a todos, terminó por alcanzarle. Y la noticia eclipsó ayer cualquier otra en EE UU, incluido el final de la serie televisiva Seinfield.

Vertebrado tanto por el dólar y las libertades constitucionales como por la cultura popular, Estados Unidos tenía a Sinatra como uno de sus pilares contemporáneos. El presidente Bill Clinton, que se proclamó «un gran admirador» del cantante, declaró desde el Reino Unido: «Creo que todos los norteamericanos deben sonreír y decir que verdaderamente lo hizo a su manera». Y Gore Vidal añadió lo siguiente a su comentario sobre la natalidad en EE UU en las últimas décadas: «Sinatra desempeñó un gran papel romántico en este país, pero sin ser blando ni melifluo. Bing Crosby te hacía dormir, Sinatra te ponía la sangre hirviendo».

Temas clásicos

Las canciones de Sinatra – My Way, Strangers in the night, New York, New York, I»ve got you under my skin …- forman parte del paisaje norteamericano de la misma manera que los restaurantes de comida rápida al borde de las autopistas, las canastas de baloncesto en las casas de los suburbios o la gente corriendo a cualquier hora y en cualquier lugar.

Sinatra, que hizo unas 2.000 grabaciones, participó en 50 películas y ganó cinco premios Grammy y un Oscar, fue durante medio siglo el número uno del entretenimiento, y EE UU es el país que ha comprendido que el entretenimiento de masas es una cultura y un negocio. Hijo de inmigrantes -como todos exceptuando los indios-, Sinatra fue genuinamente norteamericano. El célebre locutor Howard Cosell lo solía presentar así: «Frank Sinatra, que sabe lo que significa perder, que sabe lo que significa un gran regreso, que se mantiene de pie, eternamente, en la cima del mundo de la diversión; señoras y señores, aquí está Frank Sinatra».

El padre de Sinatra era un siciliano que boxeaba al tiempo que trabajaba de bombero, y su madre una genovesa simpatizante del Partido Demócrata.

Él, no podía ser de otra manera, empezó como chico de los recados en el periódico de su localidad natal: Hoboken (New Jersey); pero no contento con el oficio de periodista, organizó su propio grupo musical: The Hoboken Four. Su padre protestó -«cantar es para afeminados»-, pero ya en la segunda mitad de los años treinta Sinatra había entrado con fuerza en el circuito de las radios y los nightclubs. Su voz, subrayando con fuerza viril temas románticos, empezó a imponerse como la de un país.

El período posterior a la II Guerra Mundial fue quizá la edad dorada de EE UU y Sinatra le puso el swing. «Fue un tiempo», rememoró el cantante Tony Bennett, «en el que uno llevaba una flor a su novia, se sentaba a su lado y juntos escuchaban una canción de Sinatra». En aquella época, las actuaciones de Sinatra provocaban una histeria entre las adolescentes norteamericanas que en las décadas siguiente, y hasta hoy, sólo igualaría Elvis Presley.

Pero en los primeros años cincuenta Sinatra empezó a sufrir serios reveses: su matrimonio con Nancy Barbato naufragó cuando se conoció su relación con Ava Gardner, con la que se casaría a los seis días de firmar los papeles del divorcio; sufrió una seria hemorragia de cuerdas vocales y, dando por terminada su carrera, su agencia, MCA, rescindió su contrato.

Sinatra, como Clinton y tantos otros norteamericanos, tenía, sin embargo, el espíritu del comeback, el regreso, y luchó para que en 1953 Columbia lo incluyera en el reparto de la película De aquí a la eternidad. Por su papel ganó un Oscar como mejor actor secundario y materializó su comeback. Siguió haciendo películas y, recuperada la voz, volvió a cantar. A finales de los cincuenta, era inmensamente popular. «Cuando yo tenía 2 años, vi una vez en la tele a Sinatra y al Papa y dije: «¿Quién es ese tipo que está al lado de Frank Sinatra?», contó una vez la actriz cómica Roseanne.

Ava Gardner fue la mujer que permanecerá para siempre asociada al recuerdo de Sinatra. Su relación fue intensa y tumultuosa. «Todos nuestros problemas ocurren fuera de la cama; las peleas empiezan en el camino hacia el desayuno » , dijo una vez Sinatra. La pareja se divorció en 1957, y ese fracaso le dejó al cantante durante un periodo, en el que hizo su música más emotiva, una cierta tendencia suicida. Pronto se recuperó. En los años siguientes, la prensa del corazón le vinculó a algunas de las actrices más atractivas del mundo, incluyendo Marlene Dietrich, Lauren Bacall, Lana Turner y Marilyn Monroe.

Volvió a casarse dos veces más -Mia Farrow y Barbara Max- y amasó una gran fortuna en negocios más o menos limpios, desde los discos a la propiedad inmobiliaria pasando por los casinos y las carreras de caballos.

Su carácter era terrible: agredía a los fotógrafos que le seguían los pasos y, según cuenta la leyenda de Chicote, abofeteó en público a Ava Gardner cuando descubrió que le engañaba con un torero español. Décadas después, al enterarse de que Woody Allen estaba traicionando a Mia Farrow con una hija adoptiva, Sinatra llamó a su ex esposa y se ofreció para contratar a alguien que le partiera las dos piernas al actor y director neoyorquino.

Sinatra siempre estuvo bien «conectado». Sus grandes amigos fueron el grupo de golfos formado por Dean Martin, Sammy Davis Junior y Peter Lawdord, pero también frecuentó a mafiosos y presidentes de EE UU. El actor y cantante apoyó activamente la candidatura a la Casa Blanca de John F. Kennedy en 1960, y su versión de High Hopes se convirtió en el tema de la campaña. Y él fue quien le presentó a Kennedy a la amante que el presidente compartió durante un tiempo con el capo mafioso Sam Giancana.

La Mafia

Sinatra participó en la penetración de la Mafia en La Habana de tiempos de Batista y luego, tras la victoria de Castro, en la reconversión del negocio en Las Vegas. Él siempre lo negó, pero sus lazos con el submundo criminal italiano fueron expuestos en His Way, la biografía no autorizada que escribió Kitty Kelley y cuya publicación el cantante intentó impedir en vano como Estados Unidos, al que durante medio siglo dio voz, Sinatra fue tremendamente contradictorio. Podía ser romántico en sus canciones y brutal en su vida privada. Podía ser conservador en muchos asuntos políticos pero luchó duro contra el racismo y siempre se preció de su gran amistad con Sammy Davis Junior. Podía ser furibundamente anticomunista pero se opuso con todas sus fuerzas a la caza de brujas contra guionistas, directores y actores de Hollywood durante el negro período del macarthysmo.

Sinatra ganaba dinero del juego y las apuestas, pero luego daba enormes cantidades de dólares para todo tipo de causas filantrópicas y humanitarias. Fue tan buen amigo del presidente demócrata Kennedy como del republicano Richard Nixon, y en 1985 recibió de Ronald Reagan la Medalla de la Libertad, la más alta condecoración civil de EE UU. Y siempre fue elegante en el vestir, duro como un chico de la calle y arrogante como pocos. El Expresidente Clinton tuvo razón al decir el día que murió , «lo hizo a su manera», que es lo mismo que decir que a la manera norteamericana.

Fuente: La Voz De Michoacán