El mundo de los purépecha era un mundo completo. Para medir el tiempo tenían tales exactitudes que pocos mundos de esas medidas podía igualar o por lo menos tratar de llegar a esas alturas. Ellos todo lo medían a través de la luz o del fuego. Pero la medida exacta era Curicaueri, era al sol, el gran dios de estos pueblos: Curicaueri, tata Huriata. Él era el fondo de todo, el principio de todo. No era ciertamente la figura burda, la figura o el ídolo. Esas eran sólo sus representaciones. El Dios, la medida de todo, era Curicaueri, el gran dios, el eterno, el fuego de la vida.

Para los purépecha era fundamental no sólo su noción del fuego, sino más cerca de ellos su noción de tiempo. Conocían el siglo (52 años) y lo dividían en cuatro ciclos de 13 años cada uno. Se hacían ceremonias especiales del fuego nuevo, de menos a más, hasta el culmen que era cuando se cerraban los cuatro ciclos de trece años. Esto se daba cuando cumplía los 52 años, es decir cuando se completaba el siglo. Cada año se hacía una mínima ceremonia, casi local, en cada pueblo o en la capital. Esta es la celebración que se hace en nuestros días. Había las otras cuatro celebraciones, al culminar cada ciclo  de 13. Esto se hacía en cada región de los cuatro puntos cardinales. El Centro, quinto punto cardinal, era el centro de todo, el más importante. Pero la celebración culminaba con lo más importante de todos los tiempos, el fin del siglo y el inicio del siguiente, que era cuando propiamente se hacían las ceremonias del fuego nuevo, cuando se mataba todo fuego y se sacaba el fuego nuevo, para volver a empezar. ¡Cuánto me gustaría que por ahí fueran hoy las cosas!