Partimos de la idea fundamental: Dios es un Dios creador, dador de vida, un ser amoroso y es su amor el que lo lleva a crear. Todo ha sido creado por Dios, con y por amor, la única motivación de Dios al crear es el amor.

Por amor, Dios creó el cielo, la tierra y los ordenó para que fueran habitables; por amor creó a las aves del cielo, los peces del mar y todo lo que en el mar habita; por amor creó a los animales que poblaron la tierra, los árboles y todo lo que existe; por amor, Dios, creó al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya, y por amor los puso como el culmen de su creación, los puso como el centro de todo lo que había creado.

Cuando el texto bíblico dice que los hizo a imagen y semejanza suya (Gen 1, 26), podemos entender que el hombre y la mujer fueron creados por amor y con capacidad de dar y recibir amor y juntos, integrados con la naturaleza y con Dios, provocar vida. El hombre y la mujer, por tanto, estaban llamados a ser como Dios, es decir, a reproducir su imagen y sus acciones. Están llamados a provocar vida en todas sus relaciones, en su relación con la naturaleza, en su relación son sus semejantes y en su relación con Dios.

Al ser puestos como la expresión máxima de la creación, se convirtieron en intermediarios de todo lo creado, es decir que el hombre y la mujer están llamados a ser en relación. Son seres relacionales y son causantes de relación y, gracias a esas relaciones, hacen que todo cuanto existe llegue a su plenitud; ellos deben vigilar que toda la creación llegue a su plenitud; ellos deben vigilar que todo cuanto existe se desarrolle y alcance su máximo esplendor; eso debemos entender cuando el libro del Génesis dice que los puso como señores (dominar) de toda la creación.

Por lo que hombre y mujer, al ser puestos como señores de todo lo creado, tienen la tarea de mantener una sana relación con la naturaleza, con sus semejantes y con Dios y, ya que están llamados a ser imagen y semejanza de su Creador, deberán vigilar que todas sus relaciones se basen en el amor, de tal forma que todo llegue a dar frutos de esperanza y buen desarrollo.

El jardín del Edén, en donde Adán y Eva son puestos, lo podemos entender como una comunidad, una comunidad a la que están llamados a hacer crecer, a favorecer el encuentro, a desarrollar la corresponsabilidad y la participación de todos y de todo. El amor puesto en relación da frutos y sus frutos son la justicia y la paz; es decir que las relaciones con toda la creación, con sus semejantes y con Dios, deberán ser “entre iguales”; se conciben, pues, como relaciones justas y pacíficas. 

Todo lo creado debe estar en relación con su creador; pero es el hombre quien pone a todos en relación vital. Por sí sólo el hombre y la mujer no provocan vida, la tierra por sí sola es estéril, la relación en toda la creación es un elemento intrínseco al hombre y a la creación. Adán (Adam) fue creado de la tierra (Adamah), (un elemento que jugará un papel fundamental en toda la historia de la salvación), su origen y su fin, pero al mismo tiempo su creador, Dios, le participó de su aliento divino, por lo que el hombre y la mujer participan de las dos realidades, la natural y la divina, por lo que están llamados a conectar a la tierra con Dios y a Dios con todo lo creado por él.

Después de la creación de todo lo que existe, de dar orden a todo para dar paso a la vida y de poner al hombre y a la mujer como señores de todo lo creado, la narración del Génesis (Gen 3) nos relata la caída ante la tentación que le presenta la serpiente a Eva. En el diálogo que mantiene Eva con el más astuto de los animales que Dios había creado (Gen 3, 1) no sólo podemos descubrir cuál es el pecado cometido y por el cual entró la muerte al mundo sino que también deja entrever la actuación de maligno. La primera sentencia dice que Dios, por temor a que el hombre y la mujer murieran, les prohibió comer del fruto del árbol que estaba en el centro del jardín del Edén. La preocupación de Dios por su creación es de tal forma evidente, que les prohíbe, incluso, tocar o acercarse al árbol que ha puesto en el centro del jardín.

Sin embargo, la respuesta que da la serpiente es tajante, envolvente: “no morirán sino que serán como dioses” (Gen 3,4-5). Esta sentencia fue capaz de sembrar la duda en la mente y en el corazón de la mujer, la duda la lleva a dejar crecer en ella la confusión y con la confusión crece también la ambición de ocupar un puesto que no le corresponde, de querer ser alguien que no es y aún más grave, la de confundir al otro, en este caso a Adán quien, sin saber lo ocurrido, come del fruto del árbol prohibido. Ese fue el primer pecado, la muerte entra al mundo, por dejar de confiar en Dios, por querer ocupar su lugar, por actuar con la mente y el corazón  embotado.

Con estos elementos, podemos conocer cómo es que actúa el demonio, el acusador, el enemigo de Dios: su actuación siempre será de la misma manera que en la Biblia, primero separará a la comunidad; sus argucias siempre estarán basadas en nuestros anhelos más profundos; su intervención siempre sorpresiva y de la manera menos inesperada; haciendo siempre que las cosas parezcan más brillantes y seductoras, y que las cosas que promete sean fáciles y apetentes.

Por eso, la comunicación con Dios, después de este suceso, queda rota, queda lastimada; la expulsión del paraíso habrá que verla como un alejamiento de Dios y de su creación; una comunicación que queda frustrada por la falta de compromiso y falta de confianza. El corazón del hombre queda confundido, corrompido por la ambición, pero Dios seguirá insistiendo, no se dará por vencido, luchará y no se detendrá hasta que el hombre y la mujer recuperen el objetivo, la meta para la que fueron creados. Esta es la promesa que les hace, los reuniré de entre las naciones y los haré volver a mí (Ez 36,24).