«Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 70% de las poblaciones en países industrializados sufre de problemas de espalda en algún momento de sus vidas.»
Según Cregan-Reid, que ha escrito libros sobre los efectos de la vida moderna sobre el cuerpo, la primera mención del dolor de espalda como afección médica se registró en Egipto en 1500 a.C. Sin embargo, hasta la Revolución Industrial, las menciones a este tipo de dolencia fueron inusuales y solían estar asociadas a problemas de la vejez.
En tanto, la revista científica The Lancet publicó un estudio en 2018 que estima que, a nivel global, son 540 millones las personas que padecen de dolor de espalda o de cuello.
Este dolor afecta a prácticamente todos los sectores de la población y puede aparecer a cualquier edad. Tradicionalmente ha sido relacionado con la carga y los esfuerzos físicos. Muchos investigadores han estudiado la influencia de estos factores en distintas poblaciones específicas: trabajadores de oficina, estudiantes de educación primaria, adolescentes y mujeres. Se sabe que el sedentarismo, los trabajos estáticos durante tiempo prolongado sin los debidos descansos, la sobrecarga física y las tareas en un entorno inadecuadamente adaptado aumentan la probabilidad de que el dolor aparezca o se intensifique.
Ser optimista tiene grandes ventajas
Aspectos de la personalidad como tener dificultades para dirigirnos hacia lo que queremos en nuestra vida, persistir en nuestros objetivos y gestionar los cambios, junto con una alta tendencia a evitar el daño y asumir riesgos, han demostrado influir en la experiencia de dolor y su cronificación. Sin embargo, ser optimista, extrovertido y tener habilidades sociales ayudan a afrontarlo de forma más efectiva.
El estrés también influye. La cascada neurocomportamental que nos prepara para afrontar aquello que percibimos como amenaza puede convertirse en un estado de angustia y sufrimiento si uno no es capaz de adaptarse a las demandas que percibe como peligrosas.
Por una parte, se ha demostrado que la sensibilidad al dolor depende, entre otros factores, de los niveles en sangre de cortisol, la hormona del estrés.
Dolor social causado por relaciones toxicas
Este hace referencia a la reacción emocional desagradable y a menudo angustiosa que aparece cuando nos sentimos rechazados y excluidos socialmente, sobre todo si afecta a relaciones que deseamos tener y mantener.
Se ha mostrado mediante imágenes por resonancia magnética funcional que el procesamiento cerebral del dolor social activa los mismos centros y vías que el dolor físico en su dimensión afectiva-motivacional. Es decir, lo que el dolor social nos hace sentir, las emociones y estados de ánimo que despierta.
De esta forma, si tenemos un conflicto que nos separa de un ser querido o nos excluye de relaciones significativas para nosotros, probablemente tendremos dolor social y una mayor actividad añadida de los centros y vías cerebrales que ya se mantenían activas por el dolor cervical.