El fuego siempre ha sido un signo para el hombre. Ha sido la señal de la luz, ese elemento que ilumina gran parte del universo y que es al mismo tiempo la esencia misma de todo  paraíso. El fuego desde siempre ha sido un misterio que se venera, una explicación que se da, un ideal que se persigue, un rito que se celebra, una condición sin la cual el hombre y los demás seres no existen. Las tinieblas son la negación de lo que se ve. La luz es la visión de lo que se desea. El fuego ha sido siempre motivo de veneración cuando la explicación que se percibe o que se entiende es el entendimiento de lo que está y no se puede explicar.

  Entre los purépecha de la antigüedad, el fuego era sagrado. Se le consideraba un dios que a todo le daba la vida, a todo le trasmitía el calor de lo divino, mantenía en las personas y en todos los seres, en la vida. Por eso, se le veneraba con devoción. Sobre todo al sol. El gran Curicaueri, Tata Huriata. Todos los dioses eran importantes, pero el sol ocupaba un lugar especial. Sin él la vida no tenía sentido, ni siquiera existía.

  Los días uno y dos de febrero próximos se celebrará el fuego nuevo, el año nuevo purépecha. Este evento hace pensar en la trascendencia, en que nosotros hemos sido hechos, desde el principio, con el calor del fuego y en el ambiente de la luz, para poder caminar por este mundo de tinieblas. El siglo consta de 52 años, repartidos en cuatro ciclos de 13 años cada uno. Los antiguos celebraban como fiesta mayor el siglo completo cada 52 años, cada trece años. Cada año. Ésta es lo que próximamente se celebrará en Capacuaro.